El texto lo pueden encontrar aquí.
Más sobre esta imprescindible publicación en el siguiente video:
.
Espacio de divulgación de documentos periodísticos, académicos, audiovisuales y fotográficos sobre la historia de la música rock en Colombia
Aunque el bolero y otros ritmos caribeños le ganaban en popularidad, parte del clero lo satanizó, los padres le temieron y los jóvenes lo bailaron con desenfreno.
"Yo lancé el rock and roll". Lo dice tranquilamente Carlos Pinzón, quien a finales de la década del 50 dirigía la emisora Nuevo Mundo, en Bogotá (hoy la Básica de Caracol).
Pinzón, que luego tuvo fama nacional por el Club de la televisión, empezó en Colombia una moda que hace 50 años encantó a muchos jóvenes, pero que causó desazón entre sus padres y algunos sacerdotes: el rock and roll.
Así lo cuenta: "Presenté el rock and roll en Monitor -un programa de los domingos- porque llegó la película Al compás del reloj. (Rock Around the Clock, con Bill Haley y sus Cometas). En el estreno hicimos un show. Luego, tomamos sonido de la cinta y con el conjunto del Hotel Europa lanzamos el ritmo en la plaza de toros".
Con amigos como Juan David Botero (hermano del pintor) y Gloria Valencia de Castaño, fundaron La Bomba, un sito para bailar rock and roll.
A diferencia de otros que también movieron sus caderas de manera hasta entonces inimaginada, Pinzón no recuerda que el ritmo fuera perseguido "A La Bomba iban ejecutivos y jóvenes. Hasta el alcalde Virgilio Barco. Nunca sentimos que esa música fuera atacada", dice Pinzón.
Gabriel Muñoz López, de 80 años, hombre de radio, comenta que el ritmo fue impactante, pero no arrollador, pues tenía que competir con los porros, pasillos y bambucos, más populares "Era dificil de bailar para uno, acostumbrado al bolero, pero había que hacerlo, para ser galante. A algunos padres no les gustaba que sus hijas lo bailaran porque tenían que abrir el compás de las piernas", dice.
Unos lo vieron como una amenaza a la música colombiana y otros como un ritmo de bárbaros que nunca desplazaría un buen bambuco. Finalmente, el rock and roll se fue, pero no sin antes haber engendrar una descendencia que se extiende hasta hoy, a veces, más impúdica y alocada.
Bill Haley y sus Cometas no pasarán El rock and roll llegó con su estruendo de la mano de las películas de Hollywood.
Dio tanto que hablar que Ramiro Andrade, redactor de 'Intermedio', diario que circuló en la dictadura de Rojas en vez de EL TIEMPO, lo registró así en 1957: "El cronista asistió a la película de El Cid y vio bailar -si esto es baile- a diez parejas el demoníaco gemido (...). Había no menos de mil coca-colos y kolcanas. Cuatro o cinco sujetos salieron al escenario dispuestos a dejar sin huesos a sus parejas. Les dieron costalazos en el suelo, sudaron en medio de la gritería de algunos jovencitos con patillas 'a lo Presley', tratando de bailar esa cosa. Las niñas exhibieron lo que generalmente va después del refajo. (...) En realidad, fue una demostración pobre. Esperemos, pues, una nueva y enviemos nuestra tarjeta de luto a la tradición musical del país".
Ese mismo 4 de febrero un comentario dictaminaba su defunción: "El rock and roll no ha proliferado en Bogotá. Ni proliferará. (...) Entre el temperamento hispano-indígena predispuesto a los bambucos y pasillos y el temperamento yanqui, hay un abismo insondable. (...) En Colombia solo conseguirá desatar tempestades de risa. ¡Así que Bill Haley descanse en paz!".
Tiempo de rebeldía En Medellín había disqueras y algunos grupos alcanzaron a grabar rock and roll, según recuerdan Carlos Pinzón y Gabriel Muñoz, ambos hombres de radio.
Pero, según Hamlet Bouhot, que fue 'rockanrolero' en su adolescencia en esa ciudad, la cosa no pasó a mayores: "Prácticamente no había lugares donde oírlo. Apenas lo ponían en el bar El Caimán (en pleno centro) pero, al que iba, lo tildaban de marica". Recuerda que en la emisora La Voz de Medellín grababan acetatos por 150 pesos y los ponían al aire.
"Me vestía a la moda, tenía revistas y cuanto disco podía comprar por fuera del país, pero lo hacía por rebelde. Con los amigos, los poníamos en las fiestas y éramos como los payasos del baile", cuenta.
'Un alebreste juvenil' En los últimos años de los 50, Cali no era el reino de la salsa y Jotamario Arbeláez, con 15 años, tampoco se había revelado (¿rebelado?) como un poeta nadaísta. Con su mota a lo Elvis, era un bailador de las discotecas. "Fui a ver una película al teatro Aristi y la multitud lo destrozó. Los jóvenes acababan con las butacas, no como protesta sino con un alebreste juvenil, una alegría y euforia. No había drogas ni siquiera marihuana. Era la simple fascinación por el rock and roll", dice el poeta.
Poncho Rentería cuenta que por vivir en Tuluá, le tocó algo del movimiento, pero le llegó tarde. "A los papás les parecía obsceno, lascivo. En Cali uno bailaba en una fuente de soda que se llamaba Mónaco y que tenía pianola. Pero era mejor bailar boleros porque se podía amacizar", dice.
Jotamario comenta que en las discotecas por cada rock and roll sonaban seis guarachas, pero eso no impedía que algunos sacerdotes atacaran el baile salvaje. "La Iglesia siempre fue un bloqueo pero más porque luego del sudor del rock and roll podía llegar el sudor del amor".
"Yo era el 'clon' de Elvis Presley. A los 15 años, antes de ser nadaísta, me dejé crecer la mota igual a la de Elvis. Posaba de ser él".Jotamario Arbeláez, poeta nadaísta.
DIEGO GUERRERO Redactor de EL TIEMPO