sábado, 14 de marzo de 2009

El Juglar Del Viento (2002)

El 27 de octubre de 2002 la sección aun llamada Lecturas Dominicales del diario El Tiempo publicó este texto escrito por Jotamario Arbeláez sobre la muerte de Juan Fernando Echavarría, integrante de Génesis durante la etapa de mayor creatividad del grupo y fallecido en extrañas circunstancias en el año citado. Luego de su salida de Génesis, con Betty Vargas, su compañera, creó Los Viajeros de la Música, un dúo dedicado a divulgar las expresiones latinoamericanas por todo el continente. La soledad pudo más y Betty también se despidió del mundo a principios de 2008.

El Juglar Del Viento

De suerte que este instante es la vida .

Así empieza su padre, Rogelio, uno de sus poemas más hermosos, y también de los más tristes. Estamos aquí hoy con Rogelio y Beatriz sufriendo con ellos el hecho de que aquel instante que fue la vida de su hijo haya pasado tan pronto, tan demasiado pronto, al silencio.

Es como si su música se hubiera detenido, se hubiera esfumado en el aire, en el aire de donde vino, pues Juan Fernando atrapaba el aire, lo transformaba con su instrumento, y le daba una armonía pero sin ignorar el hecho de que el viento posee su armonía propia, original, un sonido que solo gente como él, con un oído muy atento, es capaz de captar- . Y él, cuando lo captaba y le daba una forma suya, pasajera, nos lo devolvía a través del aire, y por las misteriosas ondas nos llegaba. Y sabemos que ahora, con igual misterio, esas melodías permanecen en la atmósfera que nos rodea, no esfumadas exactamente, sino transformadas en otra cosa, pero nunca extinguidas.

A Juan Fernando lo conocí por primera vez cuando era muy joven. Cuando todos éramos jóvenes. Tuve la suerte de estar en la génesis misma de Génesis y uno de mis recuerdos más gratos de la vida es esa vivencia compartida en los campos de Usme, a comienzos de los setenta, al pie del monasterio de los monjes benedictinos, con Humberto Monroy y el amado Sibius quienes, ambos, emprendieron hace años ya su viaje a la eternidad, esa seca eternidad de la que también habla Rogelio- . Y me viene a la memoria la imagen de muchos jóvenes, y entre ellos el más niño de todos, Juan Fernando, tan callado, tan a la escucha, flaco, vestido de blanco y, entre sus delgadas manos, una flauta de donde salían notas tan finas, tan sutiles, tan etéreas como su propia presencia.

Esa presencia creció y se iba imponiendo con los años. Recogió el legado de aquel grupo, y junto con su compañera Betty viajó por el país, por el Continente, recogiendo los sonidos del aire, de las cascadas de aguas cristalinas, de las criaturas, las aves, la lluvia, y de los tambores y quenas de los indígenas americanos, y con esas tonalidades construyendo, inventando, devolviéndonos unos tesoros que de otra manera podrían haberse perdido para siempre. Le agradecemos eso. Le damos las gracias a él y a Betty y sus colaboradores por haber dejado tantas cosas bellas grabadas en discos y casetes. Su música se ha detenido, es cierto. Pero ha dejado su eco. Por fortuna, vamos a seguir escuchando a Juan Fernando, y recordando su paso por nuestras vidas.

Juan Fernando pertenece, ahora tal vez más que nunca, a la vida en su totalidad, la vida de todos los seres vivos que nos han precedido, de quienes somos herederos, pues se ha asumido ya como una herencia vital, una partícula del cosmos. Y como estamos despidiendo a un poeta, e hijo de poeta, quisiera invocar las palabras de uno de los grandes poetas americanos, cuando dice:.

Yo sé que la mano de Dios es la promesa de la mía.
Y sé que el espíritu de Dios es hermano del mío.
Y que todos los hombres que jamás han nacido son también mis hermanos.
Y las mujeres mis hermanas y mis amantes.
Y que la quilla de la creación es el amor.
Y que no tienen límite las hojas quietas.
o lánguidas en los campos,.
ni tampoco las oscuras hormigas.
en pequeñas fosas debajo de ellas.

Ni el musgo roñoso, el cerco de gusanos,.
las piedras amontonadas, el sauco,.
el arbusto florecido y la maleza .
Así es la cosa, tal como nos lo asegura Walt Whitman, quien, al partir, sabía que también iba a permanecer.
El postrero fulgor del día se congela para esperarme,.
tras otras semblanzas arroja la mía que no resulta menos fiel.
que las demás sombras en la selva,.
me seduce para seguir hacia la neblina y la penumbra.

Parto en forma de aire, sacudiendo mis blancos cabellos.
en homenaje al sol que huye.
Dejo a mi carne esfumarse en remolinos, yendo a la deriva,.
como en mínimos fragmentos de encaje.
Me entrego al suelo para crecer con la hierba.
que tanto he amado.
Si me quieres tener de nuevo,.
búscame bajo las suelas de tus zapatos.
Difícilmente sabrás quién soy o qué es lo que quiero decir.
Sin embargo, te traerá buena salud.
Seré para tu sangre un filtro, y una fibra.
Si al principio no me encuentras, no te desanimes.
Si no estoy en tal o cual lugar, rastrea en otro.
Ahí estoy, en alguna parte, esperándote .

Sabemos que nos esperas, Juan Fernando. Mientras tanto, te deseamos un buen descanso. Adiós. Y buen viaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario